LOS SAUCES DE HIROSHIMA
Emilio Calderón
Reseña elaborada por Andrés López Astudillo
alopez@icesi.edu.co
Libro perteneciente al subgénero:
la literatura de la bomba, dedicada a los “hibakushas “ o “los atomizados”,
personas que están con vida y fueron testigos presenciales el 6 de Agosto de
1945 ( 8:15 am ) de la bomba atómica
lanzada sobre Hiroshima.
Novela ambientada en 1954 en
un caso policíaco, se inicia con la
muerte en el Expreso Golondrina de seis hibakushas que se dirigían de Hiroshima
a Tokyo. A través de la novela se resalta como vivían, pensaban y sentían los
hibakushas, los atomizados, quienes portaban el “carné del sufrimiento. Estos hibakushas
hacen parte de un grupo social más amplio estigmatizado que se denominan los Burakumin,
que significan “los impuros”, son los que hacen trabajos y oficios llamados
contaminantes: sepultureros, verdugos, carniceros, curtidores, etc.; son los
intocables del Japón, los parias de la sociedad, marginados desde épocas
feudales. Los hibakushas representan los contaminados nucleares dentro del
grupo social de los contaminados. Estos representan un grupo único, especial,
concreto que genera miedo, repulsión y negación.
La novela relata los momentos
cruciales de la explosión de la bomba nuclear sobre Hiroshima. Sensaciones
sobre la luz cegadora, la fuerza de la onda explosiva y como en segundos, todo
había desaparecido: dónde estoy?, que paso?, donde están los demás?; son
preguntas continuas que se quedaron por años en sus mentes y almas , generando
confusión ,negación y olvido de sí mismo.
“Me resisto a contar las cosas
que vi los días siguientes”, esta es una constante, las palabras para
identificar y representar el horror presenciado que no alcanza la comprensión,
son imágenes que al no poder salir se quedarán para siempre atrapadas en lo más
profundo de todo atomizado, generando el poder destructor en su mente, el
“virus del átomo” que vive en su interior. Ninguna respuesta posible podrá dar
tranquilidad y paz a un acto irracional, tampoco ninguna dispensa y apoyo o
ayuda permitirá reparar los daños sufridos.
Cada sobreviviente en sí mismo
era un milagro, pero paradójicamente, pende sobre cada uno una sentencia: la
anulación como ser; ellos representan lo peor que como especie humana podemos
generar en otros más allá del dolor. Seis mil niños quedaron huérfanos viviendo
en medio de escombros, calentándose en la noche con fogatas. En las calles y
puentes quedaron por años imágenes de los volatizados que reflejaba la
contundencia del impacto; en el puente Aioi, quedaron dos sombras de personas
corriendo y una bicicleta ; en el puente Sasaki, un hombre a caballo y su
carro. El olor a carne humana carbonizada fue penetrante por años; 62000
edificios destruidos, 70000 conductos de agua , murieron 65 médicos de 150 que
había en Hiroshima y 1654 enfermeras de 1780 en total, son algunas de las
cifras.
En su relato, el autor nos lleva
a los momentos posteriores a la explosión atómica: los atomizados se
convirtieron en cobayas para experimento y pruebas realizadas por el Centro
Americano de Investigaciones Atómicas. Nadie conocía los efectos de la
radiación en el cuerpo humano y había que aprender realizando diagnósticos.
El carné del sufrimiento daba
este privilegio, ser explorado sin tener a cambio una solución. A finales de
1945 se habían contabilizado 140.000 víctimas, sin tener presente las que
seguirían.
El relato nos demuestra el camino
absurdo de una sociedad para ingresar a la modernidad. El Japón tradicional
ingresaba a la modernidad recibiendo los inventos desarrollados en la frontera de la ciencia, el “pikadon” ( pika:
fogonazo /don: explosión), una bomba de uranio , también recibía los beneficios brindados por otra cultura ,
quienes los despojarían de sus derechos , asignando un nuevo sistema ético y
social, con códigos que no consideraban los propios: honor, respeto y veneración
del emperador. Sin ninguna posibilidad de retorno solo habían dos opciones en
un solo camino: seguir o claudicar.
El caso policíaco nos devela como
la confusión creada por la bomba y la desaparición de todo registro de
identidad, historia personal, negocios tranzados, propiedades; permitió a
muchos cambiar de identidad para borrar todo rastro. Es así como un magnate de
Tokyo en 1954 era un suplantador de un militar; con el fin de salvar su vida al
culminar la Segunda Guerra. La investigación de la vida del magnate
suplantador, nos lleva por el mundo de las tradiciones y el honor de Hiroshima.
Presenta el entorno de las Geishas, siendo una de ellas atomizada, donde el rol
de la mujer debe reflejar la perfección en todos sus actos; brinda con detalles
un mundo incomprensible y mal interpretado en occidente. Los rituales del haraquiri (seppuku) realizado
por una persona sobre su vientre (desentrañamiento ) acompañado por un ayudante
para efectuar la decapitación sobre el suicida; este ritual se describe en el
libro como una práctica usada por muchos militares al perder la guerra , como
único camino posible. Uno de los protagonistas describe el honor de pertenecer
a una orden ultranacionalista orientada por un premio Nobel de literatura, que
busca retornarle al Japón, tierra de historia y tradición, sus valores fundamentales.
El magnate suplantador construye
su imperio a través del tráfico de dosis de morfina dispuesta a ser comprada
por los hibakushas en el mercado negro, con la complicidad del ministerio de
salud pública. En la construcción del imperio económico, crea redes de cómplices
en el Gobierno, en la sociedad y las empresas generando una maraña de intereses
que complican ver el bosque. Todos cuidan y protegen el negocio que trafica con
el dolor de los atomizados.
Como todo buen caso policíaco,
cuenta con un investigador paciente y agudo, que identifica los eventos y
conexiones apropiadas para dar con el asesino; en especial, cuenta con la buena
suerte, conoce a la hija de un psiquiatra que participó en el Tribunal Penal
Militar para el Lejano Oriente, organizado por E.E.U.U., quienes juzgaron
aproximadamente 5000 hombres como criminales de guerra. Este encuentro le
permite recibir información referente al caso.
El autor nos presenta un dilema
moral irresoluble generado por un paradigma definido como “soluciones
contraproducentes “(es peor el remedio que la enfermedad): quienes debían
juzgar a quienes habían cometido crímenes de guerra durante la Segunda Guerra
en Japón, se encuentran a sí mismos como los mayores criminales al representar
una nación que realizó un acto de guerra de consecuencias inconmensurables e
irreversibles, con efectos en la salud , la psiquis de de la sociedad y las
intergeneraciones. Igualmente plantea como la comisión de víctimas de la bomba
atómica creada por el presidente Truman en 1948, no denunciaron la realidad
médica y clínica de los atomizados y ocultaron los efectos de la radioactividad
sobre el cuerpo humano, categorizados en 26 tipos de enfermedades, que van
desde “las garras del diablo” (queloides), hasta enfermos con tumores. Son los
hijos de la Bomba Atómica y la creación de la era nuclear. La novela se cierra
hacia 1970, 25 años después de haber ocurrido el crimen en el expreso
Golondrina identificando a un asesino póstumo, el magnate.
“El universo de los atomizados se
parece a una prisión situada en alguna parte, más allá de la razón y la
sensibilidad”. Esta reseña la escribo resaltando de la novela el mundo de los atomizados,
involucrado en un relato policíaco que nos lleva a reflexionar sobre las
consecuencias de la guerra y en especial la de nuestra era nuclear. Igualmente
me pregunto si en Colombia, en medio de nuestra absurda guerra, tenemos
“nuestros propios atomizados”; los secuestrados, desaparecidos, desplazados y
liberados, se convierten en grupos humanos incomprendidos.
Una novela para conocer el drama
de la sinrazón, de la codicia, del que puede traficar con el dolor, en medio de
una catástrofe, que debería exaltarnos hacia la expresión de nuestros más
sublimes valores y sentido de moral. Igualmente nos hace reflexionar sobre lo
que vive cada persona que es víctima de una catástrofe, natural o causada por
el hombre.
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